Constructora Resek · Posadas · Misiones

Decidir el camino

“El Monstruo” no es solo antesala de la historia de “Dama y Amo”, sino también una ventana, una hendija en la que nos presentan fantasmas de lo indecible.

Su estructura, con seis episodios, se muestra como una arquitectura inocente, pero es una trampa simbólica: el seis, esa cifra ambigua, vibra entre la ternura infinita y el caos sin forma, tensa los sentimientos, fuerza las acciones. 

¡Amor y bestialidad conviven, como si fueran vecinos que comparten un jardín, un eden!

 

El relato nos enfrenta a una encrucijada sin señales: dos caminos opuestos, uno hacia la luz y otro hacia la oscuridad. El escenario de la vida nos pone una vez más en la necesidad de tomar una decisión. Es una bifurcación donde el protagonista debe elegir, o eso creemos. Porque nos gusta pensar que tenemos el timón, que tomamos las decisiones, que lo que hacemos es nuestra voluntad, pero a veces solo nos dejamos llevar…en otras decidimos pero casi nunca tenemos la certeza de haber elegido bien. No hay forma de validar esas decisiones, porque todo depende desde donde se lo mira…

 

Dicen que existe el paraíso en la Tierra Sin Mal,

el infierno en el inframundo,

y el camino qué nos encomienda a uno de ellos.

Dicen que al andar lo podemos hacer

por el Ambá o por el Jekupé,

por el camino del bien

o por el del mal.

¡Dicen que intenté entender al amor!

Al Monstruo interior.

¿Hay una cartografía para las caídas?

…Hay relatos que se disfrazan de fábula, pero llevan en sus entrañas una tragedia. Este es uno de ellos. Nos sitúa frente a una bifurcación esencial, que hoy con menos poesía se describe como «decisiones de vida».

Dos caminos se abren ante el protagonista: uno bañado por la claridad y otro que se desliza hacia la penumbra, custodiado por una sombra que atrae y arrastra. Y aquí la primera trampa: lo luminoso no siempre es lo deseable, y lo oscuro no siempre es lo malvado. A veces, la luz enceguece más que la noche. A veces, la sombra revela lo que la claridad censura.

El protagonista, como tantos de nosotros, no puede pisar ciertos territorios. Las normas lo establecen y esas sogas invisibles nos atan con nudos de “deberías”, que impiden cruzar los límites del mundo visible. Basta un no para que la frontera no sea un obstáculo sino una invitación.

Nada de esto ocurre en un paisaje concreto. No hay punto de referencias de lo bueno y lo malo, ni coordenadas. Todo sucede en ese cartógrafo silencioso que llamamos alma. Es un mapa sin tinta, donde los caminos no se caminan, se sienten. Y es ahí donde se libran las guerras más profundas: no entre el bien y el mal, sino entre lo que somos y lo que estamos dispuestos a revelar.

Porque a veces, el verdadero infierno no está bajo tierra… sino dentro de uno mismo.